En las pasadas décadas de los ochenta y noventa del siglo XX, se interpretaban casi siempre todos los capítulos del Decamerón como episodios de piezas teatrales satírico-burlescas o bien escritos de índole picaresca de la Italia medieval.
El haber leído detenidamente los Cuentos de Canterbury de Chaucer muchos años antes que el Decamerón y, además de haberlo estudiado, haber repasado otras críticas, resúmenes y tesis de algunas personas que terminaban carreras de humanidades y dedicaban sus tesis a Chaucer como autor de su obra magistral, me hace pensar en las diferencias entre ambos autores. No sólo hay matices distintos porque habían vivido en lugares diferentes, sino por la forma y el fondo que utilizan y por la filmografía moderna de los años ochenta (que me parece algo acertada en ambos autores, aunque demasiado limitada en cuanto al fondo y tal vez excesivamente imaginativa y subjetiva por parte de Pier Paolo en cuanto a la obra de Chaucer). Siempre, sin duda, un libro nos guiará a través de matices y sentidos que una película no puedrá nunca alcanzar.
Ambos textos son un reflejo de la sociedad de la época, sí, pero en el Decamerón, la Iglesia Católica, las clases sociales y la diferencia entre hombre y mujer, joven y anciano, ciudadano o campesino, los primeros burgueses y los nobles son muy acentuadas.
Mientras, las mujeres o las damas se quedan en casa en las historias del Decamerón y viven auténticas aventuras en sus paseos o en la calle (no como las monjas o las mujeres de la ruta a Canterbury que escribiera Chaucer). Las mujeres de Boccaccio son más avispadas, a pesar de estar en un ámbito machista o protector y no tan libre y menos descriptivo como en el de Chaucer. Éstas se desenvuelven bien entre su clase, con sus criadas si son de clase más pudiente y forman grupos de ayuda entre ellas y entre los entes sociales de los que forman parte para ganarse el pan y mejorar la calidad de sus vidas.
Sin embargo, en Los Cuentos de Canterbury, cada historia o capítulo se desarrolla de forma más independiente y, por lo tanto, con más soltura y posibilidad de improvisación en algunos casos.
Éstos, son también muy satíricos, con un contenido sexual no tan explícito y menos provocador, con un desarrollo de forma más corta e intensa que en el Decamerón, que extiende esta temática de principio a fin; incluso mezclando lo onírico con el más allá y las penas del infierno "que no son pecado por haber practicado la fornicación de la clase que sea". Se da a entender al lector que es más condenable a los ojos de la cohorte divina el homicidio, el asesinato, la falta de piedad, la maldad y la falta de misericordia cristiana que el propio acto sexual o el amor incondicional, que es parte de una vida mísera a veces, por las condiciones en las que viven algunos personajes. Un claro ejemplo podría ser el caso del joven que cae en el pozo de deshechos, engañado por su "nueva hermana". También, el de los ladrones de joyas a los obispos fallecidos o el del cura que desea hacerle "el truco mágico de la burra con la cola" a la esposa de su compañero de viaje. A parte de ese episodio, tenemos el del convento y el chico mudo que revoluciona a las monjas con sus labores tan discretas pero tan eficaces en el día a día. En cuanto al engaño y al asesinato vil, tenemos el ejemplo claro del sirviente, fiel amante de la dama, que queda expuesto como un delito cruel, vil y pecaminoso ante los ojos de Dios.
Boccaccio, como buen conocedor de su sociedad, al igual que Chaucer, nos deja ver a través de estas y otras historias cómo pensaban, se comportaban y actuaban algunos de los suyos en esos tiempos. Sin duda, destacan la falta de educación, la influencia total de la iglesia y de los aprovechados de la ignorancia ajena. A pesar de todo ello, en los capítulos finales de la consuegra y el amante que apenas descansa, se podría decir que se realiza una labor pedagógico-religiosa, aunque no sea la misma que la de los designios de la Santa Madre Iglesia, pero sí cercanos a los de Dios. El "¡no es pecado, comadre!", que se refiere a que en la otra vida el sexo no es pecado, tal vez sea la respuesta lógica ante el asesinato del criado, que sí es pecado, por haber sido premeditado, fingido y también oculto -como si Dios no lo pudiera ver-.
El haber leído detenidamente los Cuentos de Canterbury de Chaucer muchos años antes que el Decamerón y, además de haberlo estudiado, haber repasado otras críticas, resúmenes y tesis de algunas personas que terminaban carreras de humanidades y dedicaban sus tesis a Chaucer como autor de su obra magistral, me hace pensar en las diferencias entre ambos autores. No sólo hay matices distintos porque habían vivido en lugares diferentes, sino por la forma y el fondo que utilizan y por la filmografía moderna de los años ochenta (que me parece algo acertada en ambos autores, aunque demasiado limitada en cuanto al fondo y tal vez excesivamente imaginativa y subjetiva por parte de Pier Paolo en cuanto a la obra de Chaucer). Siempre, sin duda, un libro nos guiará a través de matices y sentidos que una película no puedrá nunca alcanzar.
Imagen de la película homónima de Passolini |
Mientras, las mujeres o las damas se quedan en casa en las historias del Decamerón y viven auténticas aventuras en sus paseos o en la calle (no como las monjas o las mujeres de la ruta a Canterbury que escribiera Chaucer). Las mujeres de Boccaccio son más avispadas, a pesar de estar en un ámbito machista o protector y no tan libre y menos descriptivo como en el de Chaucer. Éstas se desenvuelven bien entre su clase, con sus criadas si son de clase más pudiente y forman grupos de ayuda entre ellas y entre los entes sociales de los que forman parte para ganarse el pan y mejorar la calidad de sus vidas.
Sin embargo, en Los Cuentos de Canterbury, cada historia o capítulo se desarrolla de forma más independiente y, por lo tanto, con más soltura y posibilidad de improvisación en algunos casos.
Éstos, son también muy satíricos, con un contenido sexual no tan explícito y menos provocador, con un desarrollo de forma más corta e intensa que en el Decamerón, que extiende esta temática de principio a fin; incluso mezclando lo onírico con el más allá y las penas del infierno "que no son pecado por haber practicado la fornicación de la clase que sea". Se da a entender al lector que es más condenable a los ojos de la cohorte divina el homicidio, el asesinato, la falta de piedad, la maldad y la falta de misericordia cristiana que el propio acto sexual o el amor incondicional, que es parte de una vida mísera a veces, por las condiciones en las que viven algunos personajes. Un claro ejemplo podría ser el caso del joven que cae en el pozo de deshechos, engañado por su "nueva hermana". También, el de los ladrones de joyas a los obispos fallecidos o el del cura que desea hacerle "el truco mágico de la burra con la cola" a la esposa de su compañero de viaje. A parte de ese episodio, tenemos el del convento y el chico mudo que revoluciona a las monjas con sus labores tan discretas pero tan eficaces en el día a día. En cuanto al engaño y al asesinato vil, tenemos el ejemplo claro del sirviente, fiel amante de la dama, que queda expuesto como un delito cruel, vil y pecaminoso ante los ojos de Dios.
Boccaccio, como buen conocedor de su sociedad, al igual que Chaucer, nos deja ver a través de estas y otras historias cómo pensaban, se comportaban y actuaban algunos de los suyos en esos tiempos. Sin duda, destacan la falta de educación, la influencia total de la iglesia y de los aprovechados de la ignorancia ajena. A pesar de todo ello, en los capítulos finales de la consuegra y el amante que apenas descansa, se podría decir que se realiza una labor pedagógico-religiosa, aunque no sea la misma que la de los designios de la Santa Madre Iglesia, pero sí cercanos a los de Dios. El "¡no es pecado, comadre!", que se refiere a que en la otra vida el sexo no es pecado, tal vez sea la respuesta lógica ante el asesinato del criado, que sí es pecado, por haber sido premeditado, fingido y también oculto -como si Dios no lo pudiera ver-.