13 de enero de 2019

La casa del juego y otras aventuras.

Éranse una vez dos niñas preciosas y buenas, aunque algo traviesas, porque querían salir de un juego para entrar en otro. Ese sábado, Marta y Carla, después de comerse el puré, el pescado, la fruta y los flanes de postre, no encontraban a qué jugar. Convencieron a sus padres para ir a los Bosques de la Aventura del Invierno de después de la Navidad.

Marta y Carla, dejaron a sus padres en la entrada del campo, cerca del coche, y les prometieron que iban a venir pronto a por la merienda. Para distraerlos, les dieron unas piruletas de fresa y de chocolate a cada uno y así los dejaron medio embobados a cada uno -¡Qué bien!- dijeron canturreando. Marta les regaló además unos dibujos y una paleta de colorines. Los padres estaban medio enamoraditos así, y no se daban cuenta de casi nada. Les dijeron a las niñas que ellos iban después, más tarde. Ellas cogieron sus móviles para niños y ya está.
El aire fresco, la luz tibia del sol, las nubes frías y la gotitas de agua que daban en el cristal del coche hacían a los padres irse durmiendo más y más. Iban comiéndose las piruletas de las niñas para despertarse y dejaron que las dos se metieran en el bosque.
La hermana mayor, Marta, llamaba de vez en cuando al padre para decir que estaban "bien, muy bien, muy bien y requetebién" -les decía- y los dos mayores se olvidaban, poniendo música y haciendo las cuentas de la casa. La madre, también se distraía pintando los dibujos de sus hijas y chupando la piruleta de chocolate de Carla, que era la más rica de todas.
Mientras tanto, caminando por la hierba, Carla vio un caserón viejo abierto y entraron porque empezaba a hacer más frío.
Allí dentro, una muñeca de trapo llamada Lita, las recibió hablando en español, inglés, chino y sonriendo muy contenta. La muñeca era saltarina y parecía algo loca, pero no era mala, sino que estaba tan solita allí con su tía Solita que se divertía con cualquier visita.
La tía era algo anticuada y andaba todo el día con un tocadiscos bailando yeyé, swing y haciendo dulces para los que entraban en la gran casa.
La muñeca les presentó a sus amigos, el Caracol Gunto y el Perenquén Quen, que siempre hablaba con la lengüita fuera.



Contentos, empezaron a jugar con los juguetes que las niñas traían en una bolsa de los Reyes. El Perenquén Quen saltaba jugando al parchís y desparramaba las fichas por ahí. La muñeca Lita, tiraba el dado tan fuerte que rompía los vasos de la tía. Las niñas se daban cuenta de que no sabían jugar, pero se reían de las cosas que hacían Ken, Gunto y Lita. Luego, vino a jugar la tía Solita, que también fue a darles refrescos y galletas.

A la tía no le importaba que la casa estuviera desordenada, sino la fiesta y el jolgorio. Puso más y más refrescos y el tocadiscos a todo volumen. Cantaba algo del corazón contento y de que era una chica yeyé. Eso hacía reír mucho a Carla, porque Solita iba con un traje de flores como de cortina, unos botines rojos y el pelo hecho una gran coleta.
Los padres de las niñas se habían asustado todo ese rato porque ya no llamaban por móvil y las estaban buscando por un cultivo de papas, justo en la casita blanca de al lado, hasta que una señora del campo les dijo: -¡¿pero ustedes no oyen la música de la casa esa de allí?! ¡A mí me trae loca! ¡Esta gente de la ciudad ya no escucha ni la radio!-  llegó a decir la señora del terreno de papas.-



-Deben estar jugando con la chiflada esa de doña Solita,  mi sobrina- añadió la señora, mientras terminaba de hacer un gofio escaldado. -Tomen un poco de gofio para que les dé fuerzas. Aquí tienen unos vasos de hierbabuena para que entren en calor-. Así iba diciendo la señora Tomasa, porque ella era muy trabajadora y no dormía sino cuatro horas y siempre había sido una mujer de campo inquieta. Tomasa era buena y eso sí, algo gritona. También, les dio un cacho de queso de cabra para ellos y para Solita.


Los padres fueron a la casa corriendo a por las niñas y se  las encontraron en la cocina, con la cara llena de mantequilla, chocolate, harina y vainilla. La muñeca Lita, toda manchada de natillas y la tía con la batidora haciendo más galletas y cantando.
Los padres se enfadaron al principio, pero luego, le dieron las gracias a todos los de la casona, porque sin saberlo, habían cuidado a las niñas y se habían divertido.
Cerca, estaba el viejo Amelio, feo y con granos negros por toda la cara, que siempre que veía a niños, los ponía a cargar sacos chicos de cemento para él hacerse un baño nuevo y moderno. El señor Amelio decía: "Soy mayor, pero me cuido como un helecho. Cualquier día me caso con una condesa rica"-.


Y va terminando nuestra historia, con todos contentos llegando con un montón  de dulces a casa. 

Faltó decir que las niñas se hicieron amigas de Quen, Gunto y Lita y que iban allí de vez en cuando a tomar refrescos light, mientras que los padres tomaban un té o café con la tía Solita, que ahora estaba a dieta con lechugas y millo, yendo a todas las verbenas sin parar, con su pelo fino y las manos embatumadas en aceite de coco y el aliento de lima, con una tablet nueva en la mano.



Doña Tomasa, la de la casa blanca con puertas verdes, también se hizo amiga de las niñas y les solía regalar papas nuevas cuando había buena cosecha, aunque a veces tenían que arrastrar los cuatro con el saco hasta el coche, pero eso es otro asunto que Carla y Marta solucionaron con unas rueditas de madera que hicieron ellas de lo listas que eran.

Y colorín, colorado, ¡por fin!, este cuento se ha acabado.

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