Vieron los magnates, tras fuentes de artistas,
Una nueva forma de esclavitud blanca:
"Construiremos torres altas, luminosas y de colores,
haremos trampolines,
Vendrá el dinero a mansalva" -decidieron a solas-.
Del paraíso canario, otrora Las Islas Afortunadas,
Hicieron mixtura de razas,
Pero no todos,
De sus ricas mieles mamaron.
Vendrían más de tres crisis,
Y de las últimas, la más cansina,
La pésima del Covid.
Los grandes constructores,
Manos en la cabeza,
Despidieron a las hormigas blancas,
Y también a las de colores.
Siguieron elevando puentes,
Derrumbando montañas,
E ideando carreteras en el desierto:
Como en el lejano Oeste americano,
Sin caballos, pero sí cantinas, dos o tres,
Para beber un tequila seco, a más de 50 el trago,
Prometer castillos en el aire,
Porque sabían que allí quedarían,
Con sus babas, de palabras vacías,
Castillos y más casinos.
Así, en el exilio, más de media juventud,
Seguía limpiando baños, sirviendo galletas, cafés, y sudando.
El que menos, caminando,
En calles internacionales,
Vendiendo su cuerpo o su mente,
Al Nuevo Mundo Normalizado.
Atrás, muy atrás y, casi prohibidos quedaron:
El pasado del rent-a-car, los souvenirs de la infancia,
La agricultura, buenas palabras, la amistad o darse un abrazo...
El satanás del kaos, de impostura y puritanismo,
Escondido en sedas de libertad,
Tomó consciencias, sin discernir,
Si volvíamos al error.
Otra vez, a repetir,
Penurias y caras serias; miserias.
El cuento del nunca acabar,
Otro adiós a la libreta, al libro, a vivir el día a día,
Sin consciencia, sin ciencia, con susto en el cuerpo...
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