Dejaste dos habitaciones vacías. Luego miré y vi tu peine rosa, pero no
vi el bote grande de laca. Recuerdo, por cierto, cómo te vestías con esos leotardos negros y esa falda
oscura para sacudir tu pelo como si fueras un caballo moviendo la cabeza, pero
hacia abajo.
Yo te decía: no te eches tanta laca ni te quemes el pelo así.
Quedaron desconsolados tus varios títulos o credenciales, como tú los llamaste en el trabajo para el cliente de tu hermana, que necesitaba saber cómo resolver un asunto relacionado con enfermedades y para el que te compraste un teclado de ordenador, ya que tu portátil hacía locuras y se te colgaba cuando menos te lo esperabas. Si el destino hubiera esperado a los Reyes Magos, hubieras sabido que tus padres te tenían comprado uno nuevo, y de buena calidad.
Aquí te recuerdo lo que tú misma escribiste. Espero ver algún día en papel esos título y guardarlos como oro en paño:
- Graduada en fisioterapia.
- Máster oficial en osteopatía.
- Ciclo superior en anatomía patológica y citología ginecológica.
- Exalumna de Medicina, habiendo cursado diversas asignaturas, constatables en mi expediente.
Recordarás, estés donde estés, que a mí me dijiste esto hace un par de años. Por lo demás, mantenías siempre un halo de misterio respecto a tus estudios, pero no sabía exactamente cuáles eran tus especialidades.
En lo que sí coincidimos, fue en lo de que fuiste Matrícula de Honor en el Instituto de Bachillerato Isabel de España, obteniendo también nota de sobra para entrar en Medicina.
Ya me dijiste que Dª Emilia Lucendo hizo todo lo posible por darte esos honores, pero que alguna puerta giratoria giró demasiado y, en un sinsentido, no te dieron lo que bien merecías, por derecho y méritos propios.
Lo que más quedó, invisible, la promesa y el espacio reservado en esta casa, porque ibas a venir, ¿no? Que si las cajas, que si tus títulos, que si el gato: ¿sabes que al final lo sacrificaron y no pude ni siquiera evitarlo? Soy un papanatas, lo siento. Eso sí, vi que en tu móvil abierto dejaste constancia de que te hinchabas por alguna retención de líquidos más y más. No pudiste salir con Sarito, le dijiste, a bañarte en Bajamar. Estabas tan demacrada y asombrada, a la misma vez, que no te atrevías a salir así y lo comprendo.
Me dejaste tu móvil con tu voz, tus imágenes y whatssaps, ya que ni siquiera pude felicitarte las Navidades como debía.
Ahora parezco un Sherlock Holmes descabezado en busca de alguna pista que me diga qué te pasó, en tu cama, muertita, hinchada, demacrada y putrefacta, aunque sé que tenías estupendas prácticas en anatomía forense, pero parece que tus amigos de la rama no me dicen qué demonios te pasó: no se sabe si gritaste, si dormías, si te faltó un medicamento, o si sufriste un infarto... ¿Dónde están las muestras? ¿Dónde el famoso examen del forense? Hasta que no lo lea, no te dejaré de encender velitas y rogarle a Buda y a Dios que te protejan de no sé qué cosas o misterios, porque morir en tu casa, hablar el 27 con tu tía y que el informe especifique el 26, como verás, no cuadra.
Las pruebas de la Quirón de tu colonoscopia, ver efectivamente en vídeo, que acudiste y que allí se quedaron también esperando ser recogidas, sin resultado, ni pena ni gloria.
Duele, es bilis y lo temo más que mi propia muerte. Si pudiera despertarme mil veces y escucharte a la una, o a eso de las dos de la mañana… Sin embargo, no hay vuelta. Pasó y te cocieron “al horno” como en una panadería, pobrecita.
Adiós, mi hermana querida, adiós.
Ayer me encontré con otro peine tuyo de esos de rizar. Tiene tu ADN, y parece que dijera: aquí estoy, esperando a que venga Mirita.
La foto tuya con mi gato, que le ha encantado a todos tus amigos de Tenerife y Gran Canaria. Son tantas muestras de dolor, que decían que no podía ser, que eras demasiado buena, a pesar de tu propio calvario, a pesar del nuestro, de tu familia cercana, tus tías, mío propio, eterno y profundo; adiós, adiós. Ve con Dios.