Las personas más cercanas de nuestro entorno, barrio, pueblo o ciudad, siguen guardando un mínimo comportamiento cordial, a pesar de que el clima general es de más crispación y de descontento. Las relaciones laborales durante una jornada y otra se vuelven, según el contexto, a veces imposibles. Unos la pagan con los otros y, sinceramente, creo que muchos no se dan cuenta.
Ayer me defendía como gato panza arriba, pero moderadamente de un operador de telefonía que creo que no se daba cuenta de su actitud de desprecio por mis preguntas para reparar el software de un móvil de la compañía con la que tengo mi tarjeta y a la que había comprado ese terminal que también les había pagado en su día. O fue así, o con el enfado del momento no me percaté de que el operador de telefonía móvil no lo era y había cambiado por un bromista de Radio de Los 40 Principales como Anda Ya. Lo cierto es que su amabilidad brillaba por su ausencia. Aún así, no contento con tratarme como a un extraterrestre que le pregunta cómo poner en marcha un satélite de la Nasa, sacó (metafóricamente) su corcel circense canelo y reluciente para lucirse y, una vez más, haciendo ostentación de lo absurdo de mi pregunta para que desistiese, me pidió todos mis datos como si de un sargento se tratara (por seguridad, claro). Yo seguía sin siquiera saber su nombre ni su departamento.
Cuando acordamos que hablaría con un servicio técnico equis, comenzó la monserga y bombardeo particular de pregunta abierta y oferta de servicios ADSL junto con otros servicios que no me interesaban de ninguna manera. Me pareció de anuncio de colchones, vamos: repose, que después de la paliza verbal, merece un descanso atípico. Ante mi negativa para con su oferta -ya estoy con otra compañía, le aclaré- su asombro y falta de respeto aumentaban. Con ello mi rabia. No sabía si era cachondeo o era una nueva táctica empresarial de ventas. Creo que no escuchaba lo que tardaba en responder mi cuarto o quinto "no". Al final, le dije que era un antipático, que tratase al cliente como a una persona igual y no desde la superioridad del anonimato y alguna frase referente a las leyes del consumidor con seriedad; alto y claro, como suelen exigirnos ellos y ellas al otro lado de la línea. Sin más, colgué porque se había ofendido muy mucho.
Jamás había hecho ni dicho esto a ningún operador, tal vez otras cosas pero no con tanta rectitud y corrección. Durante el último año, había dicho cortésmente que no, que gracias pero que no quería pasarme a tal compañía ante la insistencia de cualquier otro operador.
Ya en calma, meditando, uno se pregunta en cuál será el siguiente paso. Después de haber vivido, visto y leído tantas irregularidades por parte de las empresas, ¿nos obligarán a algo más?
A parte de todo esto, noté en el trasfondo de la conversación un cansancio residual, un hartazgo de mandar y de decir al cliente lo que debe hacer, de que aquello le había ocurrido más veces.
Recordé también lo que me había contado un ex-empresario de altos vuelos y lo comprendí. Me arrepiento de parte de lo que dije, pero no del todo.
El éxito o el fracaso y sin términos medios o acuerdos. El fanatismo de la competitividad mal entendida ha llegado ahora a tal punto de aproximación al infinito que quieren que un operador convenza a un cliente mediante una técnica de conducta guiada, mediatizada, manejada desde arriba y siempre bajo presión: así nadie compra nada. Lo contrario; rehúsa al objeto. Así sigue la cadena de esclavitud del trabajo posmoderno condicionado: bajo condiciones de adrenalina muy altas y bajo estrés.
Tal vez, deberían darnos cursos, terapias y charlas rápidas de desensibilización sistemática para clientes y personas de a pie, para quitarnos de encima esa culpabilidad generada por personas que forman parte de ese tipo de nuevas técnicas.
Sé que de estos casos hay miles a diario y que se dan en toda clase de trabajos y negocios, pero ¿por qué no ponemos un límite a todo esto tratando de emplear la empatía de siempre? A veces no hace falta ninguna técnica sino la de ser uno mismo. Se emplea y funciona, aunque la estamos olvidando (y no me excluyo, yo también la padezco). Tal vez sea la deshumanización, la mecanización o una autodefensa aprendida.
Simbólicamente, ante discursos vacíos de contenido en política y sociedad, pienso que sería un gran alivio replantearnos el ser personas, buscar soluciones como grupo social y no como entidades políticas -pues de estas entidades ya no vamos a sacar ni una gota: ya no se trata de sacarle el jugo al limón porque ese zumo es nuestro-. Aunque fallemos, apostemos por las personas, no por los signos. El recuperar la estima (la nuestra y la de los demás) para simpatizar.
Ayer me defendía como gato panza arriba, pero moderadamente de un operador de telefonía que creo que no se daba cuenta de su actitud de desprecio por mis preguntas para reparar el software de un móvil de la compañía con la que tengo mi tarjeta y a la que había comprado ese terminal que también les había pagado en su día. O fue así, o con el enfado del momento no me percaté de que el operador de telefonía móvil no lo era y había cambiado por un bromista de Radio de Los 40 Principales como Anda Ya. Lo cierto es que su amabilidad brillaba por su ausencia. Aún así, no contento con tratarme como a un extraterrestre que le pregunta cómo poner en marcha un satélite de la Nasa, sacó (metafóricamente) su corcel circense canelo y reluciente para lucirse y, una vez más, haciendo ostentación de lo absurdo de mi pregunta para que desistiese, me pidió todos mis datos como si de un sargento se tratara (por seguridad, claro). Yo seguía sin siquiera saber su nombre ni su departamento.
Cuando acordamos que hablaría con un servicio técnico equis, comenzó la monserga y bombardeo particular de pregunta abierta y oferta de servicios ADSL junto con otros servicios que no me interesaban de ninguna manera. Me pareció de anuncio de colchones, vamos: repose, que después de la paliza verbal, merece un descanso atípico. Ante mi negativa para con su oferta -ya estoy con otra compañía, le aclaré- su asombro y falta de respeto aumentaban. Con ello mi rabia. No sabía si era cachondeo o era una nueva táctica empresarial de ventas. Creo que no escuchaba lo que tardaba en responder mi cuarto o quinto "no". Al final, le dije que era un antipático, que tratase al cliente como a una persona igual y no desde la superioridad del anonimato y alguna frase referente a las leyes del consumidor con seriedad; alto y claro, como suelen exigirnos ellos y ellas al otro lado de la línea. Sin más, colgué porque se había ofendido muy mucho.
Jamás había hecho ni dicho esto a ningún operador, tal vez otras cosas pero no con tanta rectitud y corrección. Durante el último año, había dicho cortésmente que no, que gracias pero que no quería pasarme a tal compañía ante la insistencia de cualquier otro operador.
Ya en calma, meditando, uno se pregunta en cuál será el siguiente paso. Después de haber vivido, visto y leído tantas irregularidades por parte de las empresas, ¿nos obligarán a algo más?
A parte de todo esto, noté en el trasfondo de la conversación un cansancio residual, un hartazgo de mandar y de decir al cliente lo que debe hacer, de que aquello le había ocurrido más veces.
Recordé también lo que me había contado un ex-empresario de altos vuelos y lo comprendí. Me arrepiento de parte de lo que dije, pero no del todo.
El éxito o el fracaso y sin términos medios o acuerdos. El fanatismo de la competitividad mal entendida ha llegado ahora a tal punto de aproximación al infinito que quieren que un operador convenza a un cliente mediante una técnica de conducta guiada, mediatizada, manejada desde arriba y siempre bajo presión: así nadie compra nada. Lo contrario; rehúsa al objeto. Así sigue la cadena de esclavitud del trabajo posmoderno condicionado: bajo condiciones de adrenalina muy altas y bajo estrés.
Tal vez, deberían darnos cursos, terapias y charlas rápidas de desensibilización sistemática para clientes y personas de a pie, para quitarnos de encima esa culpabilidad generada por personas que forman parte de ese tipo de nuevas técnicas.
Sé que de estos casos hay miles a diario y que se dan en toda clase de trabajos y negocios, pero ¿por qué no ponemos un límite a todo esto tratando de emplear la empatía de siempre? A veces no hace falta ninguna técnica sino la de ser uno mismo. Se emplea y funciona, aunque la estamos olvidando (y no me excluyo, yo también la padezco). Tal vez sea la deshumanización, la mecanización o una autodefensa aprendida.
Simbólicamente, ante discursos vacíos de contenido en política y sociedad, pienso que sería un gran alivio replantearnos el ser personas, buscar soluciones como grupo social y no como entidades políticas -pues de estas entidades ya no vamos a sacar ni una gota: ya no se trata de sacarle el jugo al limón porque ese zumo es nuestro-. Aunque fallemos, apostemos por las personas, no por los signos. El recuperar la estima (la nuestra y la de los demás) para simpatizar.